Terminó el primer fin de semana de Guerras Cántabras y no recordamos una edición con un éxito de público similar. Contaba El Diario Montañés en su artículo del lunes que más de 40.000 personas habían visitado nuestra fiesta durante estos tres días. La Cuatro, a nivel nacional, cerraba el domingo su telediario, con una conexión en el campamento festero para mostrar la charla que, sobre el grupo de lucha escénica, ofrecía nuestro maestro de armas, Kike Inchausti, dentro de la programación expandida. Decenas de programas de radio, periódicos, influencers nos visitan y ponen en valor nuestro trabajo. En resumen: ¡Felices!
Respecto a los actos, en cinco ocasiones hemos vaciado nuestro anfiteatro, para volver a llenarlo. En todas ellas, no cabía ni una sola persona más. Teniendo en cuenta que el aforo del recinto es de 2.500 personas, nos encontramos con que más de 12.500 espectadores han ocupado sus asientos en estos tres días. Imagino que habrá quien diga que muchos han repetido, por supuesto, porque les ha enamorado lo que han visto y han decidido volver a hacer cola nuevamente para entrar a disfrutar con otro acto.
Muchos instantes se han quedado grabados en mi memoria a lo largo de estos días, pero especialmente me acuerdo de uno:
En el fragor de la pelea entre Corocotta y Furio Albo, durante la batalla, la tensión se podía cortar en el ambiente. Los romanos habían conquistado Vadinia, habían matado a sus mujeres y se habían llevado prisioneros a sus niños, y allí estaba nuestro héroe, luchando en evidente desigualdad contra todos y todo, cuando de pronto, desde varios puntos de la plaza, surgió a la vez un grito atávico, desesperado, deseando la muerte del centurión. Un grito que se transformó en una ovación cuando la espada del cántabro hizo justicia.
Decía Artaud en su obra El teatro y su doble que:
“El teatro es el único lugar del mundo donde un gesto aún tiene la fuerza de una llama.”
Otro de mis autores favoritos, el libanés Wajdi Mouawad, habla del teatro como ese lugar donde perviven los antiguos ritos, y el individuo encuentra su reflejo más brutal y más luminoso. Muchos, a lo largo de la historia, han hablado del rito escénico como la forma más hermosa de que perviva la memoria colectiva, y por eso hoy quería reflexionar sobre esos 12.500 espectadores que, algunas veces bajo un sol de justicia, y otras con un frío digno de las noches cántabras, han decidido que querían formar parte de este hermoso rito pagano que nos lleva, aún hoy en día, al sentimiento compartido y al que llamamos teatro.
¿Por qué, en un mundo digital donde mil posibilidades se encuentran al alcance de la mano, sigue atrayendo tanto la experiencia efímera del arte en vivo? La respuesta para mí es evidente: porque ver llorar a un personaje que sufre por su pueblo, o vibrar con la entrada de un héroe, nos hace sentir «carne, entrañas, vida». Porque el escenario es un espejo de lo humano, y lo humano todavía necesita mirarse junto a otros.
Se equivoca quien piense que los espectáculos de Guerras Cántabras son solo entretenimiento. Son rito, comunidad, historia que se hace cuerpo. Son un acto de resistencia contra el aislamiento, una afirmación de que la cultura une, transforma y cohesiona. Y ahí está su gran secreto.
Muchas veces, desde la profesionalidad con la que en “El Tejo Producciones” trabajamos todo el año, olvidamos esa dimensión del arte como generador de cohesión social en aras de otras búsquedas legítimas y necesaria, pero gracias a los dioses romanos y cántabros, una vez al año Anabel y yo llegamos a nuestras Guerras y sentimos el silencio escalofriante de un público entregado, regresando a ese mágico territorio llamado Catarsis.
Sabemos que esto es en gran parte gracias a nuestro trabajo y al de todo el equipo que poco a poco nuestra directora ha conformado, pero hay más, y también lo sabemos. Hay unos festeros que entregan su verdad en cada escena. Hay unas familias que acuden emocionadas a vibrar juntas con un espectáculo. Hay una niña tímida que, por fin, se atreve a subir a escena. Hay cientos de jóvenes que disfrutan con orgullo, junto a sus compañeras y compañeros, del resultado que ha supuesto el esfuerzo compartido. Y, por supuesto, hay un anciano que aplaude con lágrimas en los ojos cuando reconoce, en un guerrero, a su querido nieto.
Por eso reivindicamos las artes escénicas no como un lujo, sino como una necesidad. Porque no hay tejido social sin relatos comunes, sin emociones compartidas, sin ese nosotros que se construye cada vez que se apagan las luces y comienza la función.
Soy un militante defensor de la cultura audiovisual y virtual, miro con indisimulada envidia a mis hijos jugando en la consola, convencido de que me estoy perdiendo muchas cosas, pero sigo convencido de que la cultura en vivo no solo resiste, sino que late más fuerte que nunca.
Y por eso hoy, desde aquí, rodeados de miles de personas con las que sentimos juntas, declaro que sigo creyendo, emocionado y optimista en el poder de la cultura. Un poder que es muy difícil de medir. ¿Cómo lo hacemos? ¿En cifras? ¿En aplausos? ¿En piel de gallina? Os confieso que, en estos momentos, nosotros solo sabemos hacerlo de una forma:
En agradecimientos.
¡12.500 gracias, amigas!
Carlos Troyano
Guionista de los actos de Guerras Cántabras